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Louis Cardaillac solía contar anécdotas divertidas y conmovedoras de su infancia y juventud. En muchas de esas historias aparecía Émile, su abuelo paterno, quien lo influyó profundamente.

Émile había sido un hombre carismático, locuaz y divertido. Muchas personas lo consideraban un bon vivant. A menudo se enfrascaba en curiosos proyectos para ganar dinero que rara vez resultaban exitosos. Dotado de una vívida imaginación, le gustaba contar entretenidas y sabrosas historias en las comidas familiares y en el bar donde se reunía con sus amigos.

Louis, el nieto preferido, lo acompañó en sus aventuras: cazar liebres, pescar truchas, guardar la parvada de patos que sin un provecho definido había comprado, transportar mercancías en la carreta tirada por Pompón, nombre simpático con el que había bautizado a la cabalgadura…

Muchas veces el historiador recordó los días felices que había pasado con su abuelo y las historias que le había contado. Dos fueron sus enseñanzas fundamentales: el placer de narrar y vivir con alegría.