Fotografía: Fotografía: Leonardo Sotelo
Sitio: Zócalo, Ciudad de México
Fecha: 31/10/2018


Ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle de brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchiuis que colgaban de unas como bordaduras, que hobo mucho que mirar en ello.

Y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que ansí se dice lo que se calzan las suelas de oro y muy preciada pedrería por encima de ellas. E los cuatro señores que le traían de brazo venían con rica manera de vestidos a su usanza, que paresce ser se los tenían aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traían los vestidos con los que nos fueron a rescebir. E venían, sin aquellos cuatro señores, otros cuatro grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos e con mucho acato, eceto aquellos cuatro debdos e sobrinos suyos que le llevaban de brazo. E como Cortés vio y entendió e le dijeron que venía el gran Montezuma, se apeó del caballo; y desque llegó cerca de Montezuma, a una se hicieron grandes acatos. El Montezuma le dio el bienvenido e nuestro Cortés le respondió con doña Marina que él fuese el muy bienestado. E parésceme que el Cortés, con la lengua doña Marina, que iba junto a Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso e se la dio al Cortés. Y entonces sacó Cortés un collar, que traía muy a mano, de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margajitas, que tienen dentro de sí muchas labores e diversidad de colores, y venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle, porque diesen buen olor, y se le echó al cuello el gran Montezuma. Y cuando se le puso le iba abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo a Cortés, que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio. Y luego Cortés, con la lengua doña Marina, le dijo que holgaba agora su corazón en haber visto un tan gran príncipe y que le tenía en gran merced la venida de su persona a les rescebir y las mercedes que le hace a la contina. Entonces el Montezuma le dijo otras palabras de buen comedimiento e mandó a dos de sus sobrinos, de los que le traían de brazo, que era el señor de Tezcuco y el señor de Cuyuacán, que se fuesen con nosotros hasta aposentarnos, y el Montezuma con los otros dos sus parientes, Cuedlavaca y el señor de Tacuba, que le acompañaban, se volvió a la cibdad. Y también se volvieron con él todas aquellas grandes compañías de caciques y principales que le habían venido acompañar. Cuando se volvían con su señor, estábamoslos mirando cómo iban todos los ojos puestos en tierra, sin miralle y muy arrimados a la pared, e con gran acato le acompañaban. E ansí tuvimos lugar nosotros de entrar por las calles de México sin tener tanto embarazo.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo.

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